ASOMBRALUZ es el sello fotográfico que resguarda la mirada de Alberto López, profesional en la escritura con luz y artífice de una ilusión que enmarca lo vivido para recobrar su aliento.
Sea en la penumbra o en el momento justo del destello, la alianza de la fotografía con la poesía evita la ceguera frente al mundo que nos rodea. Al saber de la profundidad de lo inadvertido y detenerse a conciencia de que lo observado es más que la superficie, tanto el fotógrafo como el poeta son capaces de enmarcar el vuelo del pensamiento que guía su mirar. Evocadores de instantes, ambos habrán encontrado el origen de la fotopoesía.
Prestar atención y detener el ruido de lo humano, es preludio del instante como experiencia poética: cuando el caos del mundo se organiza en una imagen y por un segundo del universo sabemos de la gracia divina en la tierra. «No pasa un día», escribe Jorge Luis Borges, «en que no estemos, un instante, en el paraíso». El poema o la fotografía son destello asombraluz de su auténtica existencia. De percibirse inmerso en este instante de eternidad, seremos testigos y partícipes de la inspiración, momento justo de la revelación. Tras ser cegados por el brillo de la luz o por la oscuridad de las tinieblas, nada puede ser igual. Hay quien podría asegurar que después de tan preciado encuentro, a la mirada la envuelve un misterio. Lo cierto es que en su saber mirar, el poeta o el fotógrafo tocan lo que ha sido recibido como extensión misma de su piel. La mirada, al igual que las manos, es capaz de tocar, construir y sostener aquello que nos hace vivir.
Afirmarse en la sensibilidad de la vida es preciso. Dar un clic para que el obturador de la cámara de paso a la luz o comenzar a escribir el primer verso de un poema, será el paso siguiente.